Gustavo Adolfo Bécquer dice que "poesía eres tú". Rosario Castellanos lo desmiente en el título de uno de sus libros: Poesía no eres tú. Cabe entonces la pregunta ¿Qué es poesía? La respuesta a esta pregunta no es fácil. No se puede aceptar la definición tradicional: "forma bella de expresión escrita." Sin lugar a dudas la poesía supera con mucho este concepto. Y mucho menos aceptable es lo contrario, es decir, describir y/o escribir las cosas bellas porque entonces recobra toda la validez que le pertenece aquel comentario de Alfonso Reyes, que retoma Ethel Krauze y que reza así: "hasta los perros le ladran a la luna".
Pero generalmente la poesía no es producto de la generación espontánea, que ya en su momento comprobó inexistente Oparín, sino del trabajo de aquél que logra arrancarle y conservar el perfume del alba, el poeta. Éste, como en alguna ocasión Juan Manuel García Jiménez dijo, "es el albañil, el barrendero, el que pinta..."; en otras palabras, un ser terrenal que no se ocupa de lo terrenal, y si lo hace es para modificar la percepción de la realidad. Es decir, este ser terrenal, ve al mundo con los ojos interiores, ¡pobre del ciego por dentro!
El poeta es la bestia partida y parida por los acontecimientos cotidianos. Busca y hace de esta búsqueda su modo de vida; puede pedir explicaciones al silencio, le arranca verdades y es presa de la concupiscencia de las musas. El poeta es afanador del alma, prefiere no escribir que traicionarse; sobre la espalda, los hombros, el corazón, carga su costal de imágenes personales, las posee, se las prueba a la vida y luego las organiza. El poeta es la bestia desatada, inesperada, la íntima bestia que viaja en nuestra sombra; es Luzbel lanzado del infierno, de la orilla del cielo, para exiliarse en su propio paraíso y desangrarse a través de su bolígrafo. Ya lo dijo Nietzsche "quien escribe sus sentencias con sangre ese no quiere ser leído, sino más bien aprendido de memoria".
El producto que puede surgir de esta bestia, que vive de la muerte y muere de la vida, no es sino ese algo onírico y verdadero, limpia suciedad que se presume, agónico grito de luz. La poesía entonces es todo, es amar, desamar, odio. La poesía es un pretexto para vivir, mar enjaulado que busca playas.
El poeta se hace inmortal con su obra, el "poetas mentirosos, ustedes no se mueren nunca", reclama Sabines. Octavio Paz en su texto "Las palabras" ofrece apreciables instrucciones para manejar la materia prima de la poesía: "dales la vuelta/cógelas del rabo (chillen, putas),/azótalas..."
Dicen que en la variedad está el gusto, y la poesía nos la da: poemas largos, cortos, medianos, finos, ásperos, en verso, en prosa. En la poesía como en el mercado, para todos hay. Ante tantos ríos de tinta que se han escrito con los poemas, es imposible no sentirse contagiado por algún estilo en particular. Ya Efraín Huerta advertía sobre este peligro: "no desearás la poesía de tu prójimo."
Creo, por experiencia personal, que dejar de escribir poesía es un orgasmo interrumpido; cabe aclarar que la experiencia es por dejar de escribir. Para finalizar, haré una paráfrasis de aquella sentencia (que supongo inspiró a José Emilio Pacheco su poema "Antiguos compañeros se reúnen" y al gran cocodrilo Huerta uno de sus poemínimos de sus maestros marxistas), "el que no es revolucionario a los veinte años, no tiene corazón, el que lo sigue siendo a los cuarenta no tiene cerebro" y el que no ama la poesía no tiene perdón.
Publicado en Imagen, viernes 27 de marzo de 1998, p. 47.
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