martes, 13 de abril de 2010

Mar enjaulado


Gustavo Adolfo Bécquer dice que "poesía eres tú". Rosario Castellanos lo desmiente en el título de uno de sus libros: Poesía no eres tú. Cabe entonces la pregunta ¿Qué es poesía? La respuesta a esta pregunta no es fácil. No se puede aceptar la definición tradicional: "forma bella de expresión escrita." Sin lugar a dudas la poesía supera con mucho este concepto. Y mucho menos aceptable es lo contrario, es decir, describir y/o escribir las cosas bellas porque entonces recobra toda la validez que le pertenece aquel comentario de Alfonso Reyes, que retoma Ethel Krauze y que reza así: "hasta los perros le ladran a la luna".

Pero generalmente la poesía no es producto de la generación espontánea, que ya en su momento comprobó inexistente Oparín, sino del trabajo de aquél que logra arrancarle y conservar el perfume del alba, el poeta. Éste, como en alguna ocasión Juan Manuel García Jiménez dijo, "es el albañil, el barrendero, el que pinta..."; en otras palabras, un ser terrenal que no se ocupa de lo terrenal, y si lo hace es para modificar la percepción de la realidad. Es decir, este ser terrenal, ve al mundo con los ojos interiores, ¡pobre del ciego por dentro!

El poeta es la bestia partida y parida por los acontecimientos cotidianos. Busca y hace de esta búsqueda su modo de vida; puede pedir explicaciones al silencio, le arranca verdades y es presa de la concupiscencia de las musas. El poeta es afanador del alma, prefiere no escribir que traicionarse; sobre la espalda, los hombros, el corazón, carga su costal de imágenes personales, las posee, se las prueba a la vida y luego las organiza. El poeta es la bestia desatada, inesperada, la íntima bestia que viaja en nuestra sombra; es Luzbel lanzado del infierno, de la orilla del cielo, para exiliarse en su propio paraíso y desangrarse a través de su bolígrafo. Ya lo dijo Nietzsche "quien escribe sus sentencias con sangre ese no quiere ser leído, sino más bien aprendido de memoria".

El producto que puede surgir de esta bestia, que vive de la muerte y muere de la vida, no es sino ese algo onírico y verdadero, limpia suciedad que se presume, agónico grito de luz. La poesía entonces es todo, es amar, desamar, odio. La poesía es un pretexto para vivir, mar enjaulado que busca playas.

El poeta se hace inmortal con su obra, el "poetas mentirosos, ustedes no se mueren nunca", reclama Sabines. Octavio Paz en su texto "Las palabras" ofrece apreciables instrucciones para manejar la materia prima de la poesía: "dales la vuelta/cógelas del rabo (chillen, putas),/azótalas..."

Dicen que en la variedad está el gusto, y la poesía nos la da: poemas largos, cortos, medianos, finos, ásperos, en verso, en prosa. En la poesía como en el mercado, para todos hay. Ante tantos ríos de tinta que se han escrito con los poemas, es imposible no sentirse contagiado por algún estilo en particular. Ya Efraín Huerta advertía sobre este peligro: "no desearás la poesía de tu prójimo."

Creo, por experiencia personal, que dejar de escribir poesía es un orgasmo interrumpido; cabe aclarar que la experiencia es por dejar de escribir. Para finalizar, haré una paráfrasis de aquella sentencia (que supongo inspiró a José Emilio Pacheco su poema "Antiguos compañeros se reúnen" y al gran cocodrilo Huerta uno de sus poemínimos de sus maestros marxistas), "el que no es revolucionario a los veinte años, no tiene corazón, el que lo sigue siendo a los cuarenta no tiene cerebro" y el que no ama la poesía no tiene perdón.


Publicado en Imagen, viernes 27 de marzo de 1998, p. 47.

lunes, 12 de abril de 2010

Mar de ausencia

¿Acaso ignoras al poder furibundo
del océano? ¡Pues tú, que tan bien
lo conoces, te confías ciegamente
a sus ondas! Aunque leves tus anclas
en un mar tranquilo, ¡qué peligros
no te aguardan en la inmensidad del
ponto! y es mayor la zozobra que
espera a aquellos que han violado
un juramento si se arriesgan a cruzar
sus olas; el mar ejecuta el castigo
del perfido, sobre todo cuando ha
lastimado un amor, pues, como sabes,
la madre de los Amores nació
desnuda de las aguas de Citeres.
OVIDIO
He aquí tu mar de ausencia,
he aquí tu mar de siglos.
JAIME SABINES


A ti y a otros naufragios

PRÓLOGO

Mejor muerto
que olvidado.
Mejor seco,
solo...
mejor nada.
Nada en el mar de ausencia
y verás qué mejor.


I

Me decías al oido:
acaso no basta con poner el cuerpo
rodeado de mares que no cruzaremos.

Días y días has llamado a las hormigas,
en medio del olor a cocina y tabaco.

Ahora, pasado el eclipse ya no sabemos ni a dónde vamos,
un pedazo de fuego, una copla sanguínea.
Solamene me ahogo en tu mar,
ese trozo de Mediterráneo,
nicho ecológico de tus ojos.
Casas y casas que nos son tuyas ni mías;
imagina cada cuerpo una casa.
A estas horas, deberíamos habitarnos.


II

Me voy al acantilado
a llorar bajo el influjo
de las olas golpeando las almas.
Sabía que partirías,
todos lo sabían.
Cuando dejabas tu nombre
en la playa, pinchado con un alfiler,
ni el mar podía borrarlo.
Gritas olvido pidiendo alas,
acaso ahogando tu sombra en el silencio.
Ya ni siquiera el alma fresca de los muertos
silban a tus ojos.
Sabíamos que partirías
abordando la veleta del tiempo.
¿Qué hago ahora con tu ausencia
escrita en mi sangre?

 III

Navegarás en tu ausencia
como buscando el tiempo
en trozos de lodo seco.
Sabes que te escribo
con mi sangre,
porque ahora está
como el cemento
fresco de las aceras.

Abriste la compuerta
cuando ya el espacio te esperaba,
y no recordaste
que también hay terremotos
dentro de nosotros.

¿Volverás a colectar los frutos
de la luna eclipsada?

Ya ni las aguas corren a prisa
entre el musgo y tus piernas.

Sabes que en el maremoto de ausencia
perderías hasta tus sueños. 

IV

Y decías que la ausencia
sólo se manifiesta en las rocas.
Cuando pensabas romper el mar
con tus lágrimas
jamás imaginaste que el mar
tiene su propio llanto,
y que cada uno de nosotros
somos exploradores de sí mismos.
Es cuando pregunto:
¿Cómo he seguido vivo?
Tal vez soportando
 las auroras acerbas
sobre mis costillas;
llevando a cuestas
la música de tus muslos
(entre ellos nace 
cada noche un higo abierto)
y tomando entre mis manos
esa espuma de fuego
que emiten las estrellas.

Y decías de la ausencia
que es un dolor de muelas.
Y ahora sabes que ni el agua con sal
cura las heridas del alma. 


V


Nunca hablaste demasiado.
Gustabas de correr por las nubes
y guardar los charcos,
pensando en los días de sed.
¿Por qué tu traje gris, tu mirada
azul, tu alma amarilla?
No recuerdas dónde te vendiste
al demonio, o a Dios, al mejor postor.
No recuerdas nada porque tu memoria
se apagó con el trueno de ayer.
Ya las sandalias seguirán el recorrido:
cargando ahora tu ausencia.

VI

Hacen falta tus ojos en los míos
para que el agua refleje los sueños,
para hidratarme en tu mar de ausencia.

Decías deseo como dice luz el ciego.
Ayer corté rocío de las hojas de un eucalipto
(con ellas se hace un té contra la realidad)
¿De qué árbol cortaste el olvido?

VII


Para la sombra caminas
levantando creencias de las aceras.
¿A dónde crees llegar con tu mochila
repleta de gesticulaciones?
Ayer atacabas, con látigos de agua,
la luna de los ciegos.

Esta ciudad es más amarga
que tus besos, Citeres.
Detrás de cada verso una lágrima,
un escupitajo o un mar.

Y no saber del sueño, es tu profesión,
porque tu voz la hurtó
el arlequín del espejo.
 
VIII


Para volver al agua,
es necesario
-sobre todas las cosas-
hacerse humo como palabras,
sacarse el fuego
y este olor a sangre
empaparlo con las nubes.

Para volver al agua,
hunde a Cronos
en tu cuerpo;
descansa los ojos
sobre las auroras;
sueña gaviotas cruzando estrellas.

Para volver al agua,
caza las olas
libres al viento;
limpia el vacío
de entre tus dientes;
clava el corazón de una mujer
a tu cuerpo, que hurte
en los huesos espectrales.

Para volver al agua
tienes que esperar
a que madure nuevamente
el vientre que te trajo
al mar de ausencia.

IX


¿Qué más puede decirte que el mar?
Cuando sé que caminas
entre calles diáfanas
llevando el tiempo
en los ojos.

En las tardes, la soledd
se vuelve costra
y los vasos con agua
atrapan el beso del escorpión.

Tal vez sería mejor
abandonar las aceras
en el planeta desierto
o aplastar mariposas
con el hacha oxidada.

Cuando el amor acaba
es un universo en expansión.

X


Te he dejado de amar
por la ausencia
que causas en mis ojos.
En las auroras
cada poro de mi cuerpo
te reclama
y las sombras
danzan en tu nombre.
Pese a ello,
te he dejado de amar;
porque tu amor
ya no me pertenece.
Quise nacer de tus muslos
 y morí en tu corazón.
Así es, virgen perpetua
ángel ciego, diosa amarga.
A golpes de agua
arrancabas los cirios
de mi sepultura.
Te he dejado de amar
entre las cenizas
de mi vida,
porque así lo has pedido.
¿Qué espera las aves
sin tus manos?
La muerte, la muerta
a golpes de agua.

XI


Es como decirte agua
cuando digo que he vuelto.
Volví, porque la aurora
ya no viajaba con mi brazo;
volví entre la sequiía
y las palomas dejaron mi sombra.

Y ahora,
después de tantos mares,
después de tantas lunas llenas,
de tantas mariposas ahorcadas,
después de tanto y de todo
me dices: es que siempre fue humo.

domingo, 4 de abril de 2010

Crisalidario

I


Cuando hacemos el amor
nace de tu boca el agua;
crecen en tus senos nubes;
abrigas en tus muslos orquídeas
que florecen en tu sexo
y echan a volar
hacia mí, como mariposas.

II


Tienes una selva entre tus muslos,
no sólo refugia
al encapuchado
suele dar asilo
a hojas de arco iris.

III


Me dices que si desnudas el alma
te recorre un frío inexorable
de la cutícula hasta los tejidos capilares.
Por eso no escribes,
por ello no lees poesía.
Temes reconocerte en el espejo literario,
tiemblas al pensar
que tu vida sea perpetuada en un graffiti
sobre rosada cantera.

Mientes, mientes porque a diario
buscas proyectos de vida
en el lado oscuro de la cama,
porque a diario
quisieras ser árbol, banca, césped... lecho,
para desmentir a los estúpidos enamorados;
quisieras ser nube, aire, agua, vida,
para estar en todos y en ninguno,
para disfrutar caricias imperceptibles.

Por la calle sobre adoquines alineados y sordos,
tus pasos creen llegar a tu espíritu.
¡Tonta!, escoges el camino más obvio,
si el monte no se llamara Calvario,
cualquiera ascendería.

Ahora sabes, tendrás que navegar
"en el mar que derraman tus ojos".
Eso no te lo dijeron ni tu madre,
ni las monjas, no lo saben.

Para hacerlo no bastan tus brazos,
o los pulmones, o las piernas,
¿Has visto cruzar el Hades a un muerto nadando
en estilo mariposa?
Más fácil, cruza la mariposa nuestra muerte
como estando en el Hades.
La muerte nos cruza a cada instante
y nadie hace escándalo.

Publicado en Tierra Adentro Nº 79, abril-mayo de 1996, p. 70.

sábado, 3 de abril de 2010

dialéctico

uno es la muerte cuando nace
piedra del tiempo lacerada
ecos de sombra             día nublado a flor de piel
la noche cercenando dedos
y el sentir demoníaco de vida muda


espera mis manos ahogadas en vinagre
bajo agujeros negros las colmenas se crucifican
hasta descubrir el espejo


uno es la muerte cuando nace               pienso
en aguas rojas
un querer revolucionar bajo tu falda
en el triunfo de la letra


yo no hago el poema
el poema me labra
              me ladra
y sigo siendo muerte


Publicado en La Pinta, Nº 1, Abril 2000, Zacatecas

Kunderiana

Y sin embargo se es leve.

El penúltimo viaje

De niño viajaste mucho. No apreciaste los espacios en su momento. Ahora te ha quedado un leve aroma, sabores, colores, formas... ojos, muchos ojos tan diferentes hacia adentro y hacia afuera.


¿Recuerdas Veracruz? No pensaste en llegar hasta ahí. De hecho, el plan original era salir de la Ciudad de México y acudir a Chignahuapan, Puebla, pero se quedaron todos dormidos, tú no lo hiciste, pero no sabías dónde bajar. Cuando despertaron, se encontraron a kilómetros del destino ideado. Ni modo, hasta Veracruz. En el puerto, el calor entraba por todos lados, los ventiladores no se daban abasto, tuviste que reforzarlo con un raspado de nanche (a ciencia cierta no recuerdas su sabor, ni su color, pero el nombre se te quedó grabado para siempre). Te ves e la línea del tiempo, hacia atrás, y ves el mar verde, la marea. Veracruz, finalmente siempre te será un tanto distante.

Pero te he mencionado Chignahuapan. No sabes el miedo que te dio cuando supiste que el agua estaba caliente porque ahí iba el diablo a bañarse en las noches. Pero también la alegría al pasar por el rancho de Gaspar Henaine, Capulina, y la incomodidad de ir en un camión de redilas (único transporte público desde el poblado hasta el balneario), apretados como reses, sacando la cabeza o asomando los ojos entre las tablas, nunca tuvo más veracidad, para ti, eso de ¡ora güey! Lástima que no recuerdes la comida pero el paisaje te impresionó: el río en medio de grandes montañas, el vapor subiendo por las coníferas, ¿y el olor a huevo? (No, no seas tonto, no digo olor a fuerzas o la obligación del olor) sino el olor de las aguas termales: un olor a huevo cocido, a azufre... a diablo (fue la noche que no dormiste).

De niño viajaste mucho. No apreciaste los espacios en su momento. Es demasiado tarde, para que lo vuelvas a hacer o siquiera que recuerdes las formas de la tienda de abarrotes de la esquina de tu casa. Las formas que siempre recordarás son las de la hija de la dueña, no hay duda. Pero ya no podrás hacerlo más: mañana te fusilan.


Publicado en Tiempo de Zacatecas, Año 2, Nº 22, mayo 2002, p. 24.

cierta historia de amor

me bebería tus lágrimas
OCTAVIO PAZ

sabes, ahora que ya no estás aquí, recuerdo cada momento, cada instante. es verdad, no supe apreciarte y tú siempre dándote, entregándote en cuerpo y alma, en carne y humo (después de todo el alma es sólo humo) tuve tus ojos, tu pelo nocturno, tus vísceras que se contraían cada vez que me acercaba -pensabas que eras mariposas o avispas-, tus brazos, todo. eras pan, agua, eras mesa, silla, cama, ¡perdóname! es que tu sangre aún me empapa y pareciera que tu fémur atravesara mi garganta; aprisionando, enclaustrando este lánguido lamento.

ahora entiendo cuando decías que mis excentricidades terminarían con todo. tus sabios consejos que nacían de tu lengua. cuántas veces amenace con arrancarla pero no, tu lengua era un manjar, golondrina recién salida del nido, cometa. y tus ojos, ¿qué más puedo decir de tus ojos? luz de mar, desearía que dejaran de verme por dentro... perdóname amor.

cuando nos quedábamos solos y hacíamos el amor, nacías de mis muslos; ahora vives en mi, pero es distinto. ¿cómo te olvido? un dolor se cura con cualquier analgésico... pero tu dolor. cómo te olvido si estás presente en mi pensamiento, en mi sangre, en el corazón. me diste todo, incluso tus lágrimas. ya no puedo beberlas.

déjame seguir hablando contigo: sordo, impasible, inconmovible; porque pronto tendré que desecharte; sacarte de mí. sabías que amar es morir, y tu amaste demasiado. tanto que saciaste mi ser, mi apetito, mi instinto antropófago.

A que no puedes fumar el cielo...

A que no puedes fumar el cielo
ni atrapar el eco del poema.
No logras beber el olvido
o subirte al corcel de tu muerte.
Un día de estos...
te voy a fecundar de espinas,
soledad, y de rosas tus miserias.


A que no puedes ya conmigo.
Lo sabemos, cuando cae
la última gota de mi voz
al eterno rictus del silencio.

Publicado en Papel Poesía, nº 43. Zacatecas, Zac. Enero 2000.

Hojarasca

A Martha Buch
I

Porque el alma se cae
como hoja de otoño
buscando paredes.

Se cae como trozo de madera
después de morder
el corazón.

Así caemos siempre.
Cada noche caemos
en el abismo de la vida.

No sabemos qué rama nos sostiene,
qué aire nos traspasa,
qué lengua nos bifurca.

Esperamos el viento
-racimos de soplidos-
para huir, para escaparnos.

II

Falso que se escriba en las hojas,
en los cuadernos,
en los papeles.

Se escribe en las uñas,
en la distancia
que hay entre cada lágrima.

Vienen las musas
-ausencia y soledad-
a desgarrarse en sílabas.

Vienen con aspas de molinos,
con sierras en los bolígrafos,
con mantas cubriéndose el rostro.

No es complicado...
cuando escucho hacer el amor,
mi alma se desprende
como hoja de otoño.

Octubre 10, 1995.

viernes, 2 de abril de 2010

Costras

Estoy fumando tu humor.
He hablado de ti a la muerte
y he vuelto a vender
mis ojos a Mefistófeles.
Estoy sucio de ti.
Voy a bañarme
en la tina del olvido
para que tu recuerdo 
caiga como costras.






(Publicado en Escritores y Artistas Unidos e Independientes: Por las anchas venas de la noche, México, 1995, p. 160.)



Naufragio





Porque tu cuerpo es la única playa
donde encallan mis deseos,
navegaré por las noches sin brújula,
sin faros, sin destino.
Porque soy náufrago sin isla,
habitaré tus enfados de cada mes
y seré tu sombra
en el reino sin sombras.
Porque me haces falta como mi propia voz...
llenaré de susurros tus sueños,
amaré lo que tú desechaste
como un tesoro
y así sabré que me has olvidado