Absalón
Sánchez Valdivia había adquirido una cámara fotográfica usada y pasada de moda.
No pudo resistir a la tentación de perpetuar
un instante. Recordó cuántas lamentaciones lo envolvían por no contar
con una de ellas: aquella puesta de Sol, las casas derrumbadas con el temblor,
la construcción geométrica de las frutas en el mercado, la risa de Natalia
Zaldívar.
Natalia
provenía de una familia que desconfiaba de los avances tecnológicos. Nunca se
habían permitido fotografiarse porque “les robaban el alma”. Natalia era
célebre, además de bella, porque hacía sufrir a sus pretendientes. De ahí que
se dijera que tenía el alma negra.
Un sábado, día
en que se acostumbraba bajar a San Rafael para realizar las compras semanales,
y las muchachas y los muchachos aprovechaban para mirarse y coquetear, la
sonrisa de Natalia fue tan amplia y tan natural, que Sánchez Valdivia no lo
dudó: cogió la cámara, enfocó el objetivo, e hizo click.
Pedro
Zaldívar, padre de Natalia, asestó el golpe preciso con el machete. La cámara
cayó haciéndose pedazos. Pedro tomó el rollo fotográfico. Absalón se desplomó
como un guiñapo.
Pedro salió de
la cárcel a los tres días del crimen. No tuvo abogado de oficio, ni contrató
uno. Decía que él mismo haría la defensa, que el destino estaba en sus manos.
Frente al
Ministerio Público abrió el cartucho del rollo fotográfico. No apareció imagen
alguna. Con convicción y tranquilidad, se dirigió al Ministerio Público y le
espetó: -¡Le dije que le había robado el alma a mi hija!, ¡aquí está la
prueba!- mientras extendía el rollo velado.
Es por ello
que, como acto de penalización, Absalón fue sepultado en un ataúd negro.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, noviembre 18 de 2013.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, noviembre 18 de 2013.